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martes, 4 de junio de 2013

En busca de la inteligencia

Es uno de los grandes enigmas de la psicología y el origen de un controvertido debate sin solución hasta la fecha. ¿Dónde reside la inteligencia, cuántos tipos existen, cómo se debe medir? Preguntas que continúan sin respuesta pero que están más cerca de hallar una solución gracias a un trabajo, con colaboración española, publicado en 'Proceedings of the National Academy of Sciences'. Sus autores han elaborado un mapa de las estructuras cerebrales que contribuyen a la inteligencia general.

"Podría haber resultado que la inteligencia general no depende de áreas cerebrales específicas sino que tiene que ver con cómo el cerebro funciona en su totalidad", señala Ralph Adolphs, profesor de Psicología, Neurociencia y Biología del Instituto de Tecnología de California (CALTECH), en EEUU. "Pero eso no es lo que hemos visto", añade.

Dentro de la psicología, existen dos teorías principales acerca de la naturaleza de la inteligencia. Una defiende la existencia de una inteligencia general o 'factor g', que está apoyada en el hecho de que una persona suele tener resultados parecidos en las distintas habilidades aceptadas como parte de este intelecto (memoria, visión espacial, aritmética, etc.). La otra cree en la existencia de varias inteligencias, aunque no existe consenso acerca de cuántas.

Adolphs y sus colaboradores de las universidades de Iowa, California del Sur y la Autónoma de Madrid se inclinan más por la primera hipótesis. "La idea básica que subyace [al concepto de inteligencia general] es indiscutible: de media, las puntuaciones obtenidas por una persona en distintos tests suelen correlacionarse. Algunos tienen generalmente resultados altos y otros bajos. Así que es una cuestión obvia preguntarse si esta habilidad general depende de regiones cerebrales específicas", añade el autor.

Según sus hallazgos, sí. Este equipo ha logrado elaborar un mapa cerebral de la inteligencia gracias al estudio de 241 individuos que padecían lesiones en regiones concretas del órgano gris. Todos ellos realizaron una batería de pruebas cognitivas, de las que se emplean habitualmente para medir el intelecto.

Gracias a este experimento, que es la primera vez que se realiza, "hemos podido ver, punto por punto, cómo afecta cada lesión a la inteligencia general", explica a ELMUNDO.es Roberto Colom, profesor de Psicología de la Universidad Autónoma de Madrid. "El trabajo con personas sanas origina mucha confusión pero trabajar con enfermos es más preciso porque se pueden establecer relaciones causa-efecto".

Mediante esta metodología, averiguaron que el factor g reside en el lóbulo frontal inferior y en el parietal superior del hemisferio izquierdo, aunque "con contribuciones del derecho", indica este investigador. Además, los resultados ponen de manifiesto que la materia blanca es igual de relevante que la gris, ya que "de la eficiencia de las conexiones entre ambos lóbulos depende la inteligencia", añade.

Esto "sugiere que el factor g refleja la habilidad para integrar los procesos verbales, visioespaciales, ejecutivos y de memoria de trabajo por medio de una red de conexiones corticales circunscrita", explica el trabajo. "La clave -resume el autor español- es la integración y esa es la inteligencia". "Existe una habilidad general que se basa en la integración y que en cada persona tiene un grado y ahora sabemos dónde reside", añade.

El siguiente paso, que ya tienen entre manos Colom y sus colegas, consiste en "entrenar gente en una tarea muy exigente desde el punto de vista intelectual. Si nuestros hallazgos son correctos, debería aumentar la materia gris en esas regiones, así como en las conexiones entre ambas"

lfo� �� �)icó unespléndido post sobre este manuscrito en el que también aludía a la datación por el Carbono-14 y explicaba ciertas interioridades de esta “enigmática” composición. Nadie ha podido esclarecer, no ya la traducción del libro, sino el autor del mismo.

Pero ¿qué es el Manuscrito Voynich? En realidad se trata de un libro del siglo XV redescubierto por Wilfred Voynich (del que toma el nombre) en 1912 en el colegio jesuita de Villa Mondragone en una localidad cercana a Roma. El manuscrito es un libro prolijamente encuadernado, escrito con pluma sobre pergamino de ternera. Sus actuales 102 folios, de 23×16 cm, están plagados de ilustraciones de plantas desconocidas y otros dibujos. Aunque lo atractivo del mismo es la lengua en la que está escrito: ¡desconocida! Ni los más eminentes lingüistas ni los más potentes ordenadores han conseguido descifrar ese texto de caracteres romanos minúsculos en cursiva. Actualmente se encuentra en la Biblioteca Beinecke de Libros Raros y Manuscritos de la Universidad de Yale (USA), y sigue desafiando los conocimientos de los expertos.
Cualquiera puede ampliar información sobre este manuscrito en los enlaces de este post o recorriendo internet. Lo que ahora pretendo es ofrecer una “disparatada” hipótesis sobre su autoría, y lo hago porque particularmente concluyo que una persona culta, inteligente y “cachonda” del siglo XV se entretuvo en dejar para la posteridad uno de los mayores timos de la Historia. Digo esto porque, aun no habiendo sido traducido el texto, la baja entropía de sus caracteres (alta predictibilidad que acarrea una muy baja transmisión de datos) me lleva a pensar que se trata de una tomadura de pelo de Leonardo Da Vinci (casi imposible de probar). Y para ello nada mejor que transcribiros una de las varias hipótesis que Marcelo Dos Santos recoge en su interesante libro “El Manuscrito Voynich”, la de la doctora Edith Sherwood:
[…] Esta investigadora ha propuesto que el Manuscrito Voynich no pertenece en realidad a las manos de Roger Bacon (…) sino a la de Leonardo Da Vinci. A partir de la secuencia de sucesos que comenzó con la publicación de un artículo de Alfred Werner en un número de la revista Horizon de 1962, Sherwood se sintió atraída por el enigma. En su artículo, Werner hacía notar la similitud aparente entre la caligrafía del Manuscrito Voynich y la escritura especular del sabio florentino. En 1975, el hijo de Robert Brumbaugh encontró el mismo parecido.
Intrigada, Sherwood halló que uno de los mapas astrológicos del manuscrito contenía el símbolo de Aries junto a 15 ninfas desnudas con dibujos de estrellas. Su interpretación es que se trata de la carta natal de alguien que nació al atardecer (por las estrellas) del 15 (quince mujeres) de abril (Aries el Carnero). Según la estudiosa, la palabra escrita bajo el signo del Carnero aparenta ser ob…..l, pero que si se la invierte especularmente muy bien puede representar la palabra Lionardo, que es como Da Vinci escribía su propio nombre de pila.
Sherwood compara este grafismo con la firma especular de Leonardo presente en otros manuscritos bien conocidos, y, aunque debe reconocerse el parecido, sería necesaria una pericia caligráfica para establecer la autoría del toscano. Hay también una similitud entre el dibujo del carnero en sí y un ciervo o corza de la pluma de Leonardo que se ve en otro manuscrito.
Al abuelo de Da Vinci da noticia del nacimiento del niño de su propia mano, en una nota fechada en 1452:“Nació un nieto mío, hijo de mi hijo Ser Piero, a las tres de la noche del sábado 15 de abril”. La hora tercera de la Edad Media corresponde, poco más o menos, a las diez o diez y media de la noche. Sherwood ha querido ver la fecha 1452 junto a una de las cisternas donde se ve a una mujer con un bebé (¿un jacuzzi para facilitar el parto como los que se utilizan hoy?) y las palabras sabatto notto (¿sábado por la noche?) en la carta natal.
El innegable atractivo de la teoría se ve oscurecido por la dificultad de probarla, ya que Sherwood afirma que el manuscrito consiste en una obra infantil de Leonardo (…). Aunque la hipótesis tiene algunos seguidores, los investigadores modernos no se inclinan por ella en la actualidad […]
En mi opinión, el Manuscrito Voynich se trata de una composición genial para volver locos a los alquimistas, astrólogos, lingüistas, etc., lo cual requiere la mano de un genio. Y por la época en que fue escrito, Leonardo era el mejor científico y que, necesitando tranquilidad para seguir perfeccionando sus “máquinas” (escopeta, aeroplano y otros), aprovechó su habilidad de escribir con la imagen en el espejo para crear una obra que entretuviera a los charlatanes, con plantas inexistentes, con astronomía ininterpretable y, sobre todo, con un lenguaje indescifrable. Y todavía hoy, los charlatanes siguen ocupados en el tema. 


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